Paseando junto
el riachuelo, con las aguas cristalinas y revoltosas por las piedras y caídas a
lo largo de su curso, ahora me permiten sentir su sonido como melodía a primera
hora de la tarde, sintiendo la necesidad de pasear por este lugar donde mi ser
y el Hogar pueden reunirse sintiendo la inmensidad de la calma y la paz, dando
pie a la manifestación del amor, como vínculo entre aquel quien eres y la Luz
de la cual procedemos, junto con nuestros hermanos de este Hogar que en su
momento volveremos habiendo dejado la materia para la mayoría de los
encarnados.
Siento el Cielo
en mí. Siento como si fuera un peldaño más para que la humanidad pueda subir la
escalera en forma de vórtice hacia su ascensión. Soy parte de este gran Plan en
el cual todos estamos inmersos.
Ser consciente
de esta unión con algo más grande que el simple vivir en la forma, hace que tu
espíritu se relaje y puedas ver y sentir tu presencia en tu vida actual como
ofrenda a toda la humanidad y la tierra para que, juntos, podamos elevarnos y
sentir la majestuosidad de la Intencionalidad Divina, que da sentido a nuestra
existencia en estos momentos, aquí, en estos tiempos de grandes cambios a nivel
de consciencia.
Me siento unido
a lo que veo en estos momentos, y un afortunado por poder sentir la pureza que me
rodea.
Llegando a un
pequeño claro, encuentro unas piedras que me sirven de respaldo, sentándome en
la hierba regada por la humedad de este riachuelo que continua su curso en la
aceptación, humildad y entrega. Solo unos ojos abrazados por el despertar
pueden darse cuenta de la belleza existente en este espacio de la naturaleza.
La sombra
producida por las ramas de unos árboles, hacen que sea el lugar adecuado para
abrir de par en par mi corazón, y reunirme con mis hermanos de la Luz.
Contemplo la
sabiduría de este arroyuelo, cuando me doy cuenta que Jesús está a mi lado. Su
presencia asosiega todo el lugar. Una inmensa armonía interior te invade, junto
con la pureza del Amor que transmite y somos. Es este Amor y entrega a la
Fuente Creadora de toda Vida, lo que nos une y nos hace sentir lo mismo.
Ninguna diferencia. Ninguna distancia entre nosotros. La Unicidad es plena,
pudiendo sentir este Amor que nos une, como lo único que existe en nuestro
planeta para saber de nosotros mismos.
-
Te amo – le digo a Jesús.
-
El Padre se encuentra en ti y
siento su presencia en mí a través de ti – me responde.
-
Cuando siento lo que siento en
estos momentos, no se necesitan las palabras. Basta el silencio y el corazón
abierto – expreso.
-
Dichoso tú, que abriste tu corazón
y me aceptaste en tu vida. Aceptándome, dejaste que el Padre fuera en ti.
(Pausa). Siento tu Amor derramarse por doquier. Tus pasos siembran el camino
del Padre para que los que sigan el camino establecido puedan saber de sus
almas y llegar al Padre.
-
Gracias Maestro – le respondo,
continuando: Solo existe el Amor, lo que acerca y une a todas las almas. No hay
unos más que otros. La Unicidad te permite ver la igualdad entre todas las
almas, y el apoyo entre unas y otras, a menudo, sin ser conscientes de estos
apoyos.
-
Mira ante ti – me dice.
Lo hago, y veo
como un arco lleno de luz en su cavidad interior. Me dirijo a él y justo cuando
estoy a punto de entrar en él, siento las energías que desprenden. Me son
familiares. Emocionado por lo que siento, doy un paso con mi derecha y siento
la absoluta dejadez de mi ser, despojándome de todo lo que no sea mi naturaleza
divina. Me adentro cuando oigo una voz que me pregunta:
-
¿Qué sientes?
-
Plenitud – le respondo. El Amor en
su máximo potencial expresándose en mí.
-
Así como tú lo sientes, cada alma
encarnada así está siendo velada y amada. Tu consciencia – prosigue la voz no
sonora – te permite saber de dónde procedes y aquel quien eres.
Avanzo a través
de esta luz y veo a mis hermanos celestiales contentos de verme y sonriéndome,
irradiando su amor y su luz hacia mi ser. Siento que ellos siempre, en todo
momento, están con nosotros, conmigo, y acompañándonos a lo largo de nuestro
trayecto en la materia.
Me quedo quieto
sintiendo y viendo desde mi corazón, a toda la Familia. No hay nada parecido al
Amor sentido en estos momentos. UNO. (Pausa un poco larga).
De repente me
encuentro nuevamente con Jesús, sentados como en el principio del encuentro. Él
me sonríe, sabiendo lo sucedido en mí. Luego, me dice:
-
La Luz se encuentra en ti. Cuando
el vehículo de esta Luz se eleva, la Luz se intensifica e ilumina a otros
vehículos. Cuando la materia ha
despertado y ha activado su ADN, entonces la consciencia empieza a darse cuenta
de la Verdad. Cuando esta Verdad se manifiesta en Uno, ser y consciencia se
unifican para dar paso al Padre en él. Cuando el Amor es la guía de tus pasos,
tu pensar, tu expresión y tu presencia, el Cielo se manifiesta en la Tierra a
través de ti.
-
…
-
Un nuevo ser aparece, siendo el
mismo pero otro. Tu percepción de la vida, encuentra el sentido de lo vivido y
existente. No hay mayor satisfacción para el alma al servicio del Padre, que
abandonarse en sus brazos y ser Él en la materia. Es entonces, cuando materia y
espíritu son Uno, la plena manifestación del Hijo de Dios. Padre e Hijo son
Uno, porque el Amor es en esta unión. El proceso del camino, entonces, toma
otra dirección, porque quien fuiste se convierte en quien eres. Tu andar no es
el mismo, y tu predisposición, tampoco. (Entonces, mirándome me sonríe,
desprendiendo su expresión amorosa, cercana y humilde, percibiendo que él no es
más que yo. Esta familiaridad me emociona y me vienen ganas de llorar por la
pureza sentida en estos momentos).
Después de una
pausa, le pregunto:
-
¿Algo más que quieras decirme?
-
¡Siente porque el Padre está en
ti, en cada uno de vosotros! Es el corazón, el camino hacia el sentido de lo
que vivís. En él llegaréis a quienes sois, a todos nosotros (refiriéndose a los
hermanos del Hogar), y a vosotros mismos.
Nos levantamos
y nos abrazamos sintiendo la unicidad en nosotros, la unión de nuestros
corazones.
-
Gracias por tu presencia en mi
vida – acabo diciendo al concluir nuestro encuentro.
Él me sonríe y
desaparece, haciéndome sentir en mí, conforme siempre hemos estado unidos.
(Me pongo a
llorar de alegría y por la emoción sentida al percibir estas sensaciones).
-
Gracias. Gracias. Gracias – acabo
diciendo en el silencio de la plenitud interior de estos momentos.
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