Como en la
mayoría de los días, uno de los maestros
paseaba por los jardines de su monasterio.
Un discípulo lo
vio a lo lejos y se le acercó corriendo para estar a su lado y preguntarle una
de sus dudas o reflexiones que no llegaba a encontrar una respuesta adecuada
según él.
Cuando estuvo a
su lado saludó a su mentor diciendo:
-
Buenas tardes maestro.
-
¿A qué viene este correr hasta mi
persona?
-
Maestro, quiero hacerle una
pregunta.
El maestro, sin
dejar de pasear, miró al joven y le sonrió.
-
Bueno, si has cruzado todo el
jardín para venir hasta aquí, debe de ser importante lo que quieres saber.
-
Sí, maestro. Hace tiempo que a
veces tengo la sensación que no soy de aquí.
El maestro le escuchaba atentamente siguiendo su camino.
-
Es como si estuviera aquí, en esta
tierra, pero no fuera de ella. A veces tengo la sensación que estoy en un lugar
que no me corresponde, como si no fuera este mi hogar. Es algo que no sé cómo
explicarlo, pero es lo que siento. Parece como si tuviera este cuerpo, pero no
es mi cuerpo. Tengo una imagen, pero yo no me identifico con esta imagen. Es
como si alguien estuviera en un cuerpo pero no fuera de este mundo. ¿Podría
poner un poco de luz en mi interior, maestro?
-
La hoja de un árbol, antes de ser
hoja, ¿dónde está?
-
Dentro de la semilla del árbol.
-
Así es, amada alma. Al crecer la
semilla, se va creando el árbol, y al manifestarse, permite que las hojas
salgan y muestren todo su resplandor. ¿La hoja es el árbol?
-
No maestro, sino una parte de él.
-
Eso es. Tus palabras saben del
camino de tu respuesta. La hoja es una parte del todo que permite recoger la
luz del sol y permitir que todo lo que este árbol pueda florecer y dar, así
sea. Tiene su función, su papel a realizar, y aparentemente, sólo es una hoja.
-
…
-
Llega el día que esta hoja se
marchita y deja el árbol. Se deja llevar por la brisa de aquel día y llega a
otro lugar para abonar la tierra. Ayuda a la tierra fértil para que, como su
árbol, en su momento pueda brotar y florecer aquel espacio de tierra en el cual
fue llevada. (Pausa). De alguna manera, tú eres esta hoja. Perteneces a la
esencia de la creación que adobas allí donde estás, y a la vez, sigues tu curso
para llegar a mostrar la belleza que eres.
-
¿Por eso me siento extraño?
-
Tu consciencia te va mostrando el
camino, y tú vas viendo la luz del mismo. Sabes de tu aprendizaje, pero no
siempre entiendes tu transmisión a los demás.
-
…
-
Eres adobo, savia nueva para
aquellos que te rodean. Estás aprendiendo a ver la luz en ti. Tu esencia, como
la de toda alma, no es materia, sino un apoyo para las otras almas, y juntas
poder elevar nuestro sentido existencial.
Después de una
pequeña pausa, mirando el discípulo a ninguna parte y por momentos con la
mirada profunda y perdida, mira a su maestro y le dice:
-
Entonces, maestro, usted también
es una hoja que en estos momentos está adobando mi alma.
-
Eso es – dijo asintiendo con la
cabeza.
-
Y los maestros que tuvo,
alimentaron la suya.
-
Exacto – dijo sonriendo.
Después de una nueva pausa, el joven añadió:
-
Si todos estamos aquí para abonar
a las otras almas, quiere decir que todos pertenecemos a algo superior, ¿es
cierto?
-
Sí, así es – le respondió el
venerable.
-
Si todos pertenecemos a algo
superior – continuó el discípulo, quiere decir que no somos de aquí, sino que
nuestro hogar pertenece fuera de este mundo y que venimos a aquí para ayudar a
los demás – dijo como si estuviera reflexionando en voz alta.
De repente detuvo sus explicaciones y mirando al maestro que estaba a su
lado dijo:
-
¿Y de dónde venimos?
-
Cuando ves un campo lleno de
flores, con sus diversos colores, el valle en la puesta del sol, o escuchas las
melodías de los pájaros por la mañana, ¿qué ves, qué sientes?
Tomándose un
pequeño instante como si se lo estuviera pensando, hizo una pequeña sonrisa y
luego dijo contento:
-
Amor.
-
Eso es, amada alma. ¿Entiendes
ahora por qué has venido a este mundo?
-
Para sentir el amor e irradiarlo –
respondió.
-
Veo que has entendido y tú mismo
te has respondido a tu pregunta. Es el amor que hay en ti que hace que tú, como
hoja, muestres tu resplandor y abones la tierra donde tus pies se encuentren.
En estos momentos el discípulo hizo un paso adelante hasta ponerse ante su
maestro. Hizo una salutación con la cabeza y se fue corriendo, tal como llegó.
El monje quiso reiniciar su paseo, cuando
oyó una voz que le decía:
-
La hoja está a merced del amor, y
siempre lo estará, ¿verdad?
El maestro se detuvo. Se giró y viendo a cierta distancia a su discípulo le
sonrió, siendo él quien le hiciera, ahora, un saludo con la cabeza dándole a
entender de la veracidad de las palabras expresadas por aquella alma
despertando su consciencia.
Volvió a
girarse y continuó su paseo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario