Julia era una chica que no
creía en la religión. Ya hace años se alejó de ella debido a la continua
insistencia de su familia para que siguiera la normativa que regían sus
creencias religiosas.
Al final del día, después de
estar con unas amigas, pasada la medianoche, y dirigiéndose a su casa, le
sorprendió ver una ermita con las puertas abiertas con un papel pegado que
decía:
“Pasa y entra. Dios te espera.
Wifi directo con Dios.
Ahora también en móvil.
Entra y conecta.”
Julia
sonrió al leer esta nota. No había nadie en aquella parte de la calle. Miro a
un lado y a otro, y por curiosidad de saber con quién se comunicaría cruzó las
puertas de aquella ermita abierta a aquellas horas de la noche.
El lugar
era pequeño. Había unas nueve hileras de bancos, no más. Fue avanzando, y a su
derecha, en un extremo de uno de los bancos, vio a un joven que parecía que
acababa de llorar. Sus ojos estaban lagrimosos y se le veía tranquilo. Nos
miramos y continué hacia los primeros bancos.
A la
entrada de éstos, a ambos lados, había como una pegatina que nos recordaba las
señas para comunicarnos con Dios.
Me senté
en el segundo banco. Miré nuevamente a aquel chico, pareciendo ahora más
tranquilo, viéndolo a continuación mirar a su móvil y poniéndose a reír.
Miré al
altar dando una última ojeada a aquel lugar extraño para mí. Me sentía rara y a
la expectativa de lo que sucedería si pusiese la contraseña en la red que,
seguramente ya debería indicarme mi móvil.
Tranquilamente
lo saqué de mi pequeño bolso, y teniéndolo entre mis manos lo abrí. Fui a la
sección de ajustes, y concretamente de Wifi. Efectivamente, allí me indicaba de
una manera predominante, la red X_1333. Lo marqué y me salió la casilla para
poner la contraseña. Miré la pegatina que tenía ante mí y fui poniendo cada
letra y número que en ella constaba: “YoSoy933”.
Al marcar el último “3” apareció una ventana en mi móvil como si fuera un
whatsapp e inmediatamente, como si alguien me escribiera:
Hola Julia, ¿cómo estás?
Me quedé
sorprendida, y por unos breves instantes desconfié del posible interlocutor que
preguntaba por mí. Volví a mirar a un lado y a otro de la ermita, y por la
parte alta, por si hubiera alguien que controlase mi móvil,….pero nada.
Allí solo
había un silencio sepulcral, aquel chico y yo sorprendida por esta conexión.
De repente
aparecieron nuevas palabras en la pantalla:
No tengas miedo
¿Quién eres? – le pregunté.
¿No lo sabes?
No
¿Por qué estás sentada aquí con el móvil?
Después de
una pequeña pausa escribí:
¿Eres Dios?
Bueno, tú misma lo has dicho.
Dios no existe. ¿Quién eres?
¿Quién crees que soy?
¿Un impostor?
Ha ha ha, podría ser pero tu corazón sabe que no es así
¿De dónde eres? ¿Dónde estás?
Más cerca de lo que puedas llegar a pensar
¿Estás aquí en esta ermita?
Sí
¿Por qué no te dejas ver?
¿Te acuerdas cuando eras pequeña e ibas a jugar en aquel parque del
tobogán?
¿Quién te lo ha dicho? ¿Cómo sabes eso?
Soy Dios. Cuando jugabas con las otras niñas y reías, yo estaba contigo.
Cuando venía tu mamá y te cogía en brazos para volver a casa y tú le hacías un
beso y le decías que la amabas, yo estaba con vosotras. Estaba con tu mamá y
aquel amor que recibías de ella, era el mío.
¿Puedo preguntarte algo?
Hasta ahora no has cesado de hacerlo.
¿Por qué permites que a veces me sienta mal y haya dolor y abusos en el
mundo?
¿Quién dice que soy yo quién lo permite?
Si existieras no habría injusticias en el mundo. No habría guerras ni
enfermedades.
No soy yo quien crea el dolor en vuestras vidas ni los conflictos y
desigualdades, sino vuestro afán por alejaros de vosotros mismos.
¿Qué quieres decir con “alejarnos de nosotros mismos”?
Cuando dejáis de amar, el camino se vuelve complejo. Cuando os amáis, yo
puedo manifestarme y vosotros sentirme.
¡Pero yo ya amo!
¿Por qué estás sentada aquí ahora?
Por curiosidad.
Es un principio. Y ahora ¿qué estás pensando?
Demuéstrame que eres Dios
Haz una respiración y siente tu corazón.
De
repente, Julia, cerró los ojos. Hizo una respiración y antes de finalizar la
expiración correspondiente empezó a llorar sin poderse contener. A los pocos
segundos miró de enjuagarse los ojos, sintiendo una gran liberación en su
interior.
Cuando
hubo finalizado estos momentos, en el móvil aparecieron nuevas palabras:
¿Cómo te sientes?
Muy tranquila con
una sensación de mucha paz en mí
¿Todavía dudas de mi
presencia?
¿Has sido tú quién
me ha hecho llorar y sentir?
De alguna manera sí.
¿Cómo que de alguna
manera?
Recuerda la
contraseña.
¿Estás en mí?
Nunca me he ido.
Siempre he estado contigo.
Así que lo que he
sentido eras tú en mí.
Tú eres a quien
siempre has buscado y querido amar.
De repente se produce una
pausa prolongada. Julia hace una nueva respiración y se pone a llorar
nuevamente. Con este nuevo estado interior y con deseos de llorar escribió:
Gracias. Gracias.
Gracias.
¿Por qué estás sentada
en este banco?
Porque hacía tiempo
que quería encontrarme y parece que ahora lo he hecho.
Recuerda quien eres y
deja que tu corazón te guíe.
¿Y tú?
Estoy en ti. Siente lo
que ahora has sentido, y me sentirás.
Después de una nueva pausa
sin escribir ninguno de los dos, Dios prosiguió:
Para saber de mí,
debes de sentir. Cuando me sientas, sabrás de mí y de los demás.
Por lo tanto,
cuando llegamos a sentirte ¿te manifiestas en nosotros?
¡Correcto!”.
Sintiendo
llegaremos a ti.
Eso es, amada Julia.
Por cierto, ¿por qué has entrado y te has sentado en este banco?
¡Para sentirte!
– respondió firmemente.
¡Por fin!
Se produjo una pausa entre
los dos, y a continuación volvió a aparecer en el móvil de Julia:
Cuando me sientas, te
sentirás.
En aquel instante la
comunicación se interrumpió y Julia se quedó quieta, en silencio, sintiendo la
paz y la serenidad en su interior. Por primer vez había sentido y conocido a
Dios.
De repente oyó unos pasos
detrás de sí. Giro la cabeza y vio a un joven que entraba en aquella ermita,
avanzando por el pasillo buscando un lugar donde sentarse de una manera
comedida.
Julia se levantó con una
sonrisa mirando a aquel nuevo ser, que como ella le había llegado su hora. Se
dirigió hacia la puerta y continuó su camino en dirección a su casa, donde a
partir de aquel momento empezaría una nueva etapa en su vida.
Llegó. Se acostó y los sueños
le acompañaron durante toda la noche.
Había llegado su hora.
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