Uno de los
momentos clave de la consciencia es el darse cuenta que lo que denominamos
creencias son una prolongación de cómo ve la vida nuestro entorno.
Cada uno se
encuentra en un hábitat, en una familia concreta y en una población donde
predomina una cultura, unas tradiciones, una religión y una manera de hacer
según el lugar donde nos encontramos.
Nuestra vida
actual fue construida con unas pautas mentales adquiridas de nuestra familia,
escuela y entorno en general. Los niños no siempre hacen lo que sus padres o
entorno les dictan, sino lo que ven que los adultos que les rodean hacen. No
siempre hacen caso de las palabras recibidas, sino de lo que sienten de sus
seres más cercanos y lo que hacen.
En estos niños,
a menudo se crea una contradicción en su interior, conforme lo que sienten no
es lo que oyen y ven de los adultos.
El mundo
interior de cada niño hace que no siempre sea correspondido con lo que acontece
en su exterior. Interior y exterior son mundos paralelos. Uno se basa en lo que
sentimos en nuestro corazón, y el otro en los dogmas y maneras de
comportamiento para no destacar ante los demás. Mente y corazón.
Nuestro
interior nos habla de cómo queremos vivir según nuestro proceso y la evolución
de nuestra alma.
Nuestro
exterior nos va inculcando unas pautas mentales, que la mayoría de las veces,
de pequeños, las aceptamos como propias.
Estas pautas
hacen que anulemos las nuestras, para querer integrarnos en nuestro entorno. No
queremos sentirnos solos. Nos sentimos diferentes, pero accedemos a lo que
nuestros padres, nuestra familia, la escuela, las tradiciones y la religión nos
muestran como la manera de ser, supuestamente, correcta y adecuada. Entonces,
solo nos queda decir: ¿y todo aquello que sentíamos en nuestro interior, dónde
ha ido a parar? ¿Dónde se encuentra nuestro sentir y todo aquello que nos hacía
diferentes en relación a nuestro entorno cuando éramos pequeños?
Cuando
aprendemos a comportarnos según lo establecido externamente, entonces, es
cuando hemos empezado a anularnos y dejar que lo exterior predomine en nuestro
interior. Esto nos crea un dolor emocional que aprendemos a vivir con ello.
Ya de pequeños
accedimos a ser como nos dijeron. Nos hicimos nuestras las pautas inculcadas, y
ahora creemos que estas pautas, este dogma, somos nosotros.
Todo tiene un
límite.
A alguien se le
preguntó: ¿Y tú quien eres? Su respuesta fue larga, enumerando todos los
síntomas que a lo largo de los años ha ido mostrando según los patrones
externos: soy una persona nerviosa, perfeccionista, luchadora, que se preocupa
de sus hijos, que le gusta divertirse, como todos y que me gusta ser detallista
con los demás. ¿Seguro que éste eres tú? Entonces es cuando se le dice: Yo no
te preguntado cómo actúas según te han hecho, sino, ¿quién eres tú en verdad?
A continuación aparece
el silencio porque no siempre saben qué decir.
Nos
identificamos tanto en cómo nos han hecho, que confundimos la honestidad íntegra
con la obediencia hacia lo inculcado. Nosotros no somos según lo aceptado desde
el exterior, sino que nosotros somos según nuestro interior innato.
¿Dónde está la
integridad de nuestra esencia innata? Este es el proceso que cada uno debe de
seguir para llegar a conectar con él mismo.
No somos los
demás. Somos nosotros mismos.
No somos según
lo exterior, sino según lo que sentimos.
No somos lo
aceptado por obediencia, sino la manifestación de lo sentido en nuestro
corazón.
La mente ha ido
acumulando tantas pautas posibles hasta activar nuestra inquietud. Las dudas
aparecen. Los miedos florecen, y nuestra mente continúa mostrándonos una y otra
vez aquel quien no somos para permitir que lo exterior sea parte de nosotros y
nos convirtamos en un apéndice de los demás.
Todas las
creencias obtenidas según lo recibido o deducido sobre lo inculcado no son
parte de nosotros, porque nosotros no somos el contenido de nuestra mente, sino
lo sentido desde nuestro corazón.
Los tiempos que
vivimos están activando la consciencia del ser encarnado para empezar a darse
cuenta de la verdad de su vida. Las consciencias se activan para iniciar un
proceso de desprendernos de lo humano para acercarnos cada vez más, al
verdadero ser que somos: el ser divino, nuestra Divinidad.
Aquel quien
somos no tiene creencias, solo siente aquello que su corazón le susurra y le
indica. El verdadero ser que siempre ha habitado en nuestro interior, dentro de
nuestra materia, continúa existiendo, pero recogido en lo más profundo de nuestras
entrañas, rodeado de espesa niebla y oscuridad debido a lo que en su momento
decidimos aceptar como nuestro por no querer defraudar o enfadar a los seres
más queridos. Nos cortaron las alas, pero continuamos avanzando con unas de nuevas,
más fuertes y grandes, esperando poderse
extender para emprender el vuelo esperado de nuestra vida. Aquel niño o niña
que decidió no ser él o ella porque la imposición desde el exterior era muy
dura y rígida, ahora, en medio de una vida a medias, empieza a tener flashes
conforme lo vivido hasta ahora no es exactamente aquello que uno sentía desde
su interior.
Las creencias
no nos pertenecen, sí lo que sentimos. Cuando decidimos ignorar lo que nuestro
mundo interior nos transmite, entonces, solo podemos esperar el amargor y el
dolor de la vida.
¿Se entiende,
pues, el por qué de las enfermedades mentales y físicas? Todo es emocional que
nos lleva a una manifestación según la integridad con nosotros mismos. Nosotros
elegimos el camino hacia nuestro verdadero ser.
Ha llegado la
hora de dejar lo exterior para adentrarnos en nuestro interior y empezar a
tomar contacto y consciencia de aquel quien en verdad somos.
No somos
creencias, porque éstas pertenecen a la mente bloqueada por unos pensamientos
limitadores, dando paso a la infravaloración, a los sentimientos de culpa, a
una sensación de victimismo y a la anulación de nuestro ser al no mostrarnos
tal como sentimos.
No hay
creencias para el ser consciente, solo sensaciones y Fe de todo lo que siente
en relación a los pasos que dar en cada instante. No pensamos. ¡SENTIMOS! Esta
es nuestra brújula hacia nuestro camino de la plena ascensión, llevando a
término aquello que hemos venido a hacer. No tengáis miedo de ser vosotros.
Es la hora de
mostrar al “niño/a” que llevamos dentro y a nuestra parte Femenina, que siempre
da de la mano a este ser que emocionalmente no ha crecido y se encuentra dentro
de cada uno para poderlo elevar. Poder expresarnos y manifestarnos según
sentimos y somos, permitirá evolucionar emocionalmente y poder contactar con
nuestra verdadera esencia: el AMOR.
Somos Dios, y
quien somos, transmuta el entorno y no se influencia de él.
Somos Dios, y
por lo tanto, nuestra naturaleza Divina nos permite realizar nuestra vida con
toda nuestra plenitud, majestuosidad, salud y prosperidad a todos los niveles.
Ahora nuestras
alas están empezando a querer extenderse y poderse mover para empezar a dar el
gran salto en nuestra vida que nos permitirá planear y volar hacia lo más alto
de lo mundano y poder contactar con nuestro verdadero Hogar.
Las alas se
mueven y te están sugiriendo que escuches a tu corazón para poder volar, y
desde las alturas poder sentir, percibir y obrar ante la vida actual según tu
verdadera esencia crística, innata y prístina.
Respetad a los
niños. Dejad que sus palabras lleguen a vuestros oídos, porque traen mensajes
de allí de donde todos procedemos. Dejad que su maestría llegue a vuestro
interior. Permitid que sean ellos porque sus presencias no os pertenecen. Todo
fue un acuerdo entre vosotros para poder elevar, juntos, vuestra alma hacia el
recordar de quienes sois en medio de la materia, la densidad y lo mundano.
Vuestras alas os elevaran para ir más allá de la forma y poder tener una visión
clara del fondo de lo vivido y el camino a seguir por cada uno.
¡Amad a los
niños! ¡Amaros!, porque vuestro amor os liberará y sentiréis aquel quien sois:
¡Divinidad!
No hay
creencias en el Hogar de donde procedemos, solo AMOR.
Que el Amor y
la Paz sean en cada uno de vosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario