Una vez, un niño
contemplaba, como hacía cada día, su pecera con un hermoso pez que iba de un
lado a otro de su espacio habitual.
El niño lo contemplaba, y
le gustaba hacerlo, porque en el fondo, se encontraba bien con él y toda su
belleza. Así cada día. Se pasaba mucho tiempo ante la pecera y su inquilino.
Cuando era la hora, le daba de comer, o bien pasaba un trapo para limpiar un
poco el vidrio que protegía a su amigo marino.
Al cabo de un rato de
estar allí vio como el pez se le acercó mirándole y cuando estaba justo ante él
y al otro lado del vidrio le dijo:
-
Llévame a
casa.
El niño, como si fuera
algo normal que los peces hablaran, le respondió:
-
¿Por qué
quieres ir a casa? Ahora estás aquí conmigo, en esta pecera que es tu casa. ¿No
te gusta?
-
Tú siempre
estás conmigo un rato pero luego te vas y estoy muchas horas solo. ¡Llévame a
casa!
-
¡Pero si yo
te doy todo lo que necesitas! ¿No te gusta la comida?
El pez lo miró y volvió a
deambular por aquella pecera una y otra vez.
Al día siguiente, aquel
niño, como siempre, se acercó a la pecera cuando volvió de la escuela. Miró al
pez, le sonrió y pareció decirle:
-
Ya estoy aquí
y me gusta encontrarte en casa cuando me levanto o llego de la escuela.
El pez le volvió a decir:
-
Llévame a
casa.
El niño le respondió:
-
¿Quieres que
te lleve al mar?
-
¡Sí! – le
respondió el pez.
-
¿Por qué
quieres irte de aquí?
-
Tú te vas y
me quedo mucho tiempo solo. Tú juegas con tus amigos y yo continuo siempre
solo. Cuando llegas, eres el único que me saluda y está conmigo un buen rato,
pero no puedo jugar contigo ni nadar como a mí me gustaría porque no tengo el
espacio que necesito.
El niño le escuchaba
mientras su mamá lo contemplaba desde la cocina cómo miraba fijamente la pecera
y al pez en concreto.
-
¡Llévame a
casa, por favor! – dijo el pez casi implorándole.
-
Pero yo
quiero verte todos los días. Me gusta estar contigo. ¿No te gusta la comida que
te doy? ¿Quieres más espacio para nadar?
El pez cerró sus ojos,
como triste, por estar donde no quería
estar. Los volvió a abrir y dijo a su amigo andante:
-
Necesito
estar con más peces y tener todo el espacio para jugar, nadar y explorar.
Necesito mostrarme tal como soy, y aquí, solo puedo mirar, observar y hacer los
mismos movimientos una y otra vez. No puedo hacer todo lo que me gustaría
hacer. Llévame a casa.
El niño se puso triste
comprendiendo a su pequeño amigo.
Pasó el resto del día
pensando en lo que se le había dicho por parte de alguien que él amaba
muchísimo. Por un lado le supo mal el hecho de no poder nadar y jugar con otros
peces, y por otro, si decía a sus padres que compraran más peces, no tendría el
espacio para hacer todo lo que él podría llegar a hacer. Por momentos sentía la
tristeza interior de su amigo. Giró la cabeza para mirarlo en la distancia y
veía la belleza y la vitalidad que desprendía. Vio también, la serenidad que
mantenía al aceptar una situación que no era la que le correspondía para poder
ser del todo libre.
A los pocos días, su
clase hizo una visita a un gran acuario marino junto al mar. Él, sin que nadie
se enterara sacó a su amigo de aquel pequeño espacio y lo puso en una bolsa de
plástico con agua, guardándola en su mochila escolar para dar la libertad al
pequeño pez.
Visitaron el acuario, y
luego, debido al buen tiempo decidieron ir a la playa a desayunar todos juntos.
El niño, con su mochila, se separó un poco del grupo en unas rocas que allí
habían. Entonces sacó la bolsa de agua donde se encontraba el pez y le puso mirando
al mar.
-
¿Quieres que
te deje aquí? – le preguntó el niño.
El pez desprendió una
lágrima, haciendo una expresión de nostalgia y alegría a la vez por querer
volver allí donde nació.
Se giró para mirar al
niño y le dijo:
-
Gracias. Sí,
aquí está bien.
El niño deshizo el nudo
de la bolsa de plástico, la bajó hasta tocar el agua y decantó allí donde
nuestro pez se encontraba. Como impulsivamente, nuestro pez se alejó
rápidamente, girando entre sí y muy contento. De repente volvió a la orilla y
le dijo al niño:
-
Aunque puedas
tener todo lo que necesites para vivir, lo importante se encuentra en tu
interior. Haz que lo que sientes te haga sentir bien. Vive según sientas porque
entonces serás tú, sino, siempre te dará la sensación que te falta algo.
Gracias amigo andante. Siempre te recordaré.
Y el pez se fue contento aguas adentro.
El niño lo contemplaba y sintió la libertad que
aquel pez sentía en su interior. Se dio cuenta como sus ojos desprendían alguna
que otra lágrima, sintiendo que había hecho lo correcto con aquel amigo que
amaba.
Giró la cabeza donde se encontraba el grupo de
clase. Recogió su mochila y se dirigió hacia todos aquellos que formaban parte
de sus amigos y se puso a jugar con ellos.
Nuestro pez se adentró en las profundidades de
aquel mar, llegando a encontrar a su verdadera familia que lo aceptaron solo
con verle y alegrándose de su llegada con ellos.
Pasaron los años, y nuestro niño dejó de ser un
niño. Ahora tenía un aspecto juvenil y dinámico. Su presencia era casi como la
de un joven adulto.
Un día se dio cuenta que se encontraba en un lugar
donde conocía y que en su momento liberó a un pequeño amigo. Se dirigió hacia
el lugar donde fue para recordar aquellos momentos, quedándose unos instantes
sentado en una de las rocas que allí había. Contempló el mar pensando que su
amigo habría podido realizarse con todo su resplandor y poder crear una
descendencia que permitiera transmitir todo aquello que le enseñó.
De repente bajó la cabeza y vio como el agua dejó
bajo sus pies un trozo de papel escrito. Se agachó. Alargó un brazo, cogiendo
este papel mojado. Con delicadeza miró de leer lo que ponía:
-
“Hiciste lo que debías de hacer, así tu vida te
llevará donde puedas transmitir lo que sientes para la liberación de tu
especie. Solo existe el Amor.”
El joven sonrió. Luego,
miró al horizonte donde el mar expande su presencia, sintiendo una paz en su
interior.
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