Una vez, un niño jugando en el bosque, siendo contemplado
por sus padres, reía persiguiendo a unas urracas que picoteaban por el suelo,
semillas y frutos caídos de los árboles del entorno.
El niño imitaba sus vuelos con los brazos y haciendo saltos
como si se elevase.
A continuación se acercó donde sus padres se encontraban y
les preguntó:
-
¿Por qué los pájaros vuelan y yo no puedo?
-
Tú puedes hablar y ellos no – le respondieron.
-
¡Ellos sí que hablan! – expresó el niño. Sus
ruidos son como si se dijesen cosas, y los otros pájaros les responden.
-
Tú, por ejemplo puedes hacer abrazos y ellos no
– dijo su madre.
El niño, como pensativo, estuvo unos momentos sin hablar, y
a continuación dijo:
-
Pero se hacen besos. Ellos también se aman.
-
¿Y qué más hacen? – le preguntó su padre.
-
Juegan y se lo pasan bien. Cantan y vuelan.
-
Igual como tú, ¿no?
-
Yo no vuelo – le respondió.
-
Pero puedes correr, saltar y rodar por el suelo.
-
¡Sí! – le respondió el niño sonriendo.
-
Tú puedes amar – dijo la madre.
-
Ellos también. A veces he querido estar con un
pájaro y me ha venido uno a mi lado. (Pausa). Una vez que estaba triste, se
puso a mi lado un mirlo y me hizo sentirme mejor.
-
¿Lo ves cómo en el fondo son como tú?
-
¿Y por qué la gente los caza?
-
Hay quien necesita comer, y ello hacen que estas
personas puedan comer. Antes, antiguamente, las personas se alimentaban de los
animales del bosque.
-
¿Y por qué los mataban?
-
Porque era lo único que tenían para comer.
Después de un silencio, el niño dijo:
-
No me gusta que maten a los pájaros. Son como
nosotros. (Después de un silencio, prosiguió:) No está bien comer pájaros y
animales. ¡No! No me gusta que los maten. (Pausa). No quiero comer animales –
dijo a sus padres. No está bien matarlos.
Sus padres se miraron.
Finalmente el niño dijo:
-
Me voy a jugar – expresó mientras se giró y
empezó a correr sonriendo en dirección a donde se encontraban unos árboles con
sus pájaros.
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