(Estas
palabras están dedicadas a un ser amado, y que el tiempo se encargó de
acercarnos y poder compartir parte del camino juntos, de tu a tu.)
Era un hombre hablando y recordando para sí mismo:
“Recordando
los inicios del día que nuestras almas se encontraron, sentí la gratitud de las
bendiciones que la vida me ofrecía. Sentí la ilusión de una luz que iluminaba
el sentido de mi andar.
Recordando
aquellos tiempos donde la puerta se abría para invitarnos a seguir un sendero
que nos llevaría, a cada uno, a una posición y un aprendizaje que nos elevaría,
con nuestra voluntad, a la pasarela que nos conduciría de lo humano a lo divino”.
Ahora, este ser, convertido en abuelo, recuerda sus años
donde la juventud permitía irradiar la jovialidad de lo que eran.
El día ha ido avanzando y, en estos momentos, va
contemplando como el ocaso hace presencia en el ser que más ha amado en su
vida. Ve como su físico ha ido cambiando, ya no pudiendo desplazarse con la
energía y vitalidad de tiempo atrás.
Los días, meses y años han ido haciendo mella en este
cuerpo femenino que durante tantos años le ha ido acompañando en cada decisión
tomada pensando en la familia que juntos crearon.
A fuera, en el balcón, contempla como los últimos rayos
de lo que fue, van apagándose como muestra de lo que a todos nos espera en su
momento. Su silueta se recorta en el azul oscurecido por la ausencia de la
plenitud de la luz. Mira al cielo y siente el paso de los tiempos junto al ser
que ha llegado a amar.
Los recuerdos divagan entre el ayer y el hoy.
Entra de nuevo en casa y a través de los cristales da la
última ojeada al día que anuncia su adiós.
Así siente este hombre, con la felicidad en su corazón de
haber podido sentir el amor de la mujer que durante más de cincuenta años le ha
ido acompañando a lo largo del camino. Todavía se encuentra a su lado, pero la
vida le ha marcado su cuerpo y su mente.
Mira a su mujer como el ser que le ha dado los frutos de
los hijos nacidos de su unión. Siente un gran respeto y agradecimiento, a la
vez, por ser como es todavía. Siente el paso de los años como han ido cambiando
sus cuerpos y sus manifestaciones ante la vida.
Nuestro hombre ahora es feliz, libre de las
responsabilidades que en su momento decidió tener. Ahora, jubilado desde hace
tiempo, contempla el pasar de los días con los hábitos aprendidos, pero de
cuando en cuando, recordando que las sorpresas pueden abrir nuevas puertas y
alegrar la rutina de sus pasos.
Ahora acepta el momento de su vida y está dispuesto que
cuando llegue su momento, ofrecerse para transcender y sentir la plenitud más
allá de lo vivido.
Sabe que su esposa ya no es la que era, viendo cómo va
empezando a olvidar los momentos del presente, del pasado, encerrada en su
mundo interior; todo y así, todavía siente su amor hacia él, y él el amor que
no puede dejar de profesar hacia aquella mujer que tantos buenos recuerdos le
han llenado su espíritu y su ser. Ahora tiene su álbum mental lleno de buenos
momentos compartidos con la mujer que ama y le ha dado de la mano durante
tantos años.
Ella ya no es la misma. Él tampoco.
Ella ha menguado sus facultades mentales y él se da
cuenta como la vida ha empezado a descontar el tiempo que le queda. A cada paso
de su amada ve alejarse lo que fue para dar paso a un nuevo ser, necesitando de
su presencia y comprensión para seguir a su lado. Su aceptación de la realidad
actual va adquiriendo más naturalidad al ver el ocaso de aquella joven que en
su momento se convirtió en la mujer de sus sueños.
El proceso se acelera y los que estamos a su lado
sentimos una compasión y un amor profundo hacia aquella alma que va perdiendo
la memoria de su condición humana, así como la vitalidad de su andar. El tiempo
se ha encargado de facilitarle nuevas luces en su vida. Ahora se ríe más, está
más expresiva y ve como su sentido del humor, que aunque nunca ha sido su don
más manifestado, ahora empieza a dejarse ver. Se siente comprendida y amada.
Parece ser como si lo que fue a nivel de su entorno,
ahora queda en un segundo grado, floreciendo su interior como el mayor don de
estos momentos: mayor expresión, alegría, humor, sonrisas y poder ser abrazada
más a menudo por quien escribe estas palabras.
Quien compartió su vida desde los inicios de su juventud
contempla todo esto y siente la gratitud por todo lo que le ha concedido. Mira
a su mujer y siente un amor profundo, en el silencio de la observación, al
darse cuenta que ella va menguando sus capacidades, cada vez con más
notoriedad. Siente que estará a su lado hasta el fin de sus días, porque así lo
desea.
Hay un amor incondicional al saber de aquella mujer todo
lo que ha hecho para estar a su lado. Aceptó el papel que se le encomendó, y,
ahora, llegando casi a los 60 años de casados, observa cómo el día de su amada,
lentamente va apagándose, aceptando lo mucho que le ha dado y que quizás, a
partir de ahora sea él quien deba de aportar, aceptando y comprendiendo su
ocaso, en este período de vejez, donde los valores de otros tiempos quedan ya
lejos y encontrándose en momentos donde solo el corazón puede decidir qué hacer
a partir de ahora.
Son libres, y juntos, cogidos de la mano, se disponen a
realizar el último tramo de su unión.
Él le mira a los ojos y ve a la mujer que conoció hace
mucho tiempo atrás. Consigue ver a aquel ser que le capturó el corazón y proponiéndole,
él, compartir su camino hacia el presente.
Ella, como siempre, le mira a los ojos y accede a su
petición sin palabras. Ella le sigue y le es fiel en el camino de crear su nuevo
hogar.
Este hombre, ya abuelo, siente la realización en su
interior y la fortaleza de saber que algún día no muy lejano tendrá que dar a
aquella joven, ahora ya abuela, lo que ella siempre le dio hasta llegar a su
estado actual.
El ocaso va manifestándose cada vez más, pero este hombre
sabe que no está solo. Siente la fuerza de su interior que le empuja a seguir y
a aceptar lo que cada día le manifiesta su amada. Quizás llegará el día que le
deba recordar quién es y explicarle una y otra vez, hecho que ya ha empezado a
suceder, aquello que ella ya no recuerda por sí sola.
Este ser, lleno de fe y sintiéndose comprendido, avanza
hacia su amada esposa, le mira a los ojos y le besa haciéndole saber lo mucho
que le quiere.
Fortaleza se necesita para aceptar el crepúsculo humano
de alguien que le ha acompañado durante tantos años.
¡Adelante padre! Deja que mamá sienta el amor y la
compañía de quienes le amamos, aunque sea en la distancia.
Os amo.
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