Más allá de nuestro mar,
habitaba una tierra donde residían diferentes aldeas de indios norteamericanos.
En una de ellas, había
llegado la hora que uno de sus miembros fuera en busca de su nueva tierra para
fertilizar las almas que allí se encontraría.
Había llegado la hora de
Yuca.
En el silencio de su corazón,
y con las palabras de bendición hacia su Creador, se dirigió hacia su caballo,
y juntos, empezar el camino que tanto tiempo había estado soñando y sus
ancestros le permitieron ver. Lo acarició y de un salto montó en su lomo,
cogiendo las riendas de aquel que le llevaría donde el tiempo se encargó de
anunciar. Necesitaba emprender ahora el viaje para llegar en el momento
adecuado de su vida.
De la aldea se vio alejarse
uno de los grandes jinetes que tenían. Desde las puertas de sus tipis, sus
hermanos del campamento, en el silencio alegraron sus corazones al ver que uno
de ellos, emprendía el viaje, para quizás, ya no volver. No importaba si así
era, porque en los sueños siempre se encontrarían y podrían mantener sus lazos
desde el alma.
En el silencio y la fuerza de
sus corazones, nuestro indio fue alejándose donde su silueta empezó a
empequeñecerse hasta su desaparición.
Había deseado tanto tiempo
este momento que su alma requirió el amado silencio para mantener su conexión
con la guía de su corazón que le indicaba a cada instante la dirección a
seguir.
Yuca sentía que su avanzar le
llevaría a la tierra soñada durante las noches de los últimos tiempos.
¡Había deseado tanto estos
momentos! Ahora, solo ante el manto celestial que le guiaba más allá de lo que sus
ojos podían ver, pudo sentir la alegría de su interior y una liberación para
empezar una nueva realización susurrada a lo largo del tiempo. Las estrellas le
guiaban, los animales le indicaban qué camino tomar en una encrucijada.
Nuestro indio nunca estuvo
solo a lo largo de todo el viaje. Estaba conectado con la tierra y el universo.
Se relacionaba y comunicaba con otros seres de nuestro amado planeta. Plantas,
reptiles, aves y mamíferos fueron parte de él, y ahora, después de atravesar
las extensas praderas de su proceso encontró los primeros indicios del lugar
donde enraizar su nueva vida.
El silencio le transmitía la
sabiduría existencial, sintiendo con gran fuerza su esencia dentro de él.
Sentía el Amor, la Familiaridad de no estar solo y la Claridad de lo que estaba
haciendo o había de hacer en todo momento. La serenidad le acompañó en todo el
trayecto.
Yuca tuvo que ponerse a las
manos de su Creador. Con el tiempo fue dándose cuenta que su vida no le
pertenecía y que él no era según pensaba. Un día vio una luz a su lado, otro
día, estando en el riachuelo donde habían instalado la aldea vio a dos seres,
como translúcidos, que le observaban y le dijeron:
-
Tu muerte
está cerca. Tus sueños pronto se harán realidad.
Nuestro indio cerró los ojos y
los volvió a abrir. Allí donde le pareció ver a dos seres que le hablaban ahora
no había nadie.
Pasaron días y noches desde
que se fue, cuando una noche, acampado y acurrucado envuelto con su manta en
este viaje hacia su misión, oyó una voz firme, serena y familiar que le decía:
-
Ha llegado
tu hora. A partir de hoy dejarás de buscar. Aquello hacia donde te diriges, lo
encontrarás y tu vida se enraizará, donde los mejores frutos de tu alma
brotarán para alimentar a todos aquellos que a ti se acercarán. Todos se
alimentarán y tu tronco, bajo tu copa, acogerás a todos aquellos que necesiten
una buena sombra o un refugio donde
estar y sentir su corazón. A todos les acogerás y tu Luz se irradiará por toda
la tierra de los hermanos encarnados. De lejos te vendrán, porque las águilas
lo anunciarán y la brisa esparcirá la noticia de tu nuevo estado y
enraizamiento. Tus frutos alimentaran la nueva Tierra para que todas las razas
y seres que la habitan sean Uno. (Pausa). ¡Levántate, porque tu hora ha
llegado!
Nuestro indio se levantó,
recogió su manta, acarició a su caballo, y juntos, nuevamente, prosiguieron el
camino hasta desaparecer en él.
Yuca, a lomos de su compañero
fiel, sentía la importancia que él tenía para llegar allí donde había de
plantar las nuevas semillas. Juntos habían conseguido salir airosos de
diferentes encuentros con tribus invasoras. Para él no era un caballo, sino su
hermano, amigo y un alma enviada para llevarlo a su gran sueño. Yuca le tenía
mucho respeto y estima. Habían peleado juntos. Le había curado cuando se
produjo ciertas heridas al defenderle de un ataque de coyotes. Fue su defensor.
Era más que su acompañante. En su momento le puso el nombre de “la luz que defiende”. Era esbelto,
fuerte y fiel. Percibe los estados de ánimo en los días más grises y la alegría
cuando el sol irradia desde el centro de su corazón. La luz que defiende es Uno con Yuca, y Yuca es Uno con él. Los dos
son una misma alma en busca de la Voluntad Superior en ellos.
Finalmente llegaron a una
tierra donde fueron bien recibidos, y al saber de donde procedía, le invitaron
a quedarse con ellos. Su presencia alegró a todas las almas que allí se
encontraban. Les enseñó a sentir sus almas y a conectar con la tierra y el
cielo. Hizo que sus corazones se abrieran para recibir y comunicarse con otros
hermanos y ancestros que ya habían transcendido, así como con seres de otras
dimensiones. Les enseñó, también a verse cada uno desde otra visión más allá de
la convencional y a ver sus existencias, no desde lo conocido por transmisión
cultural, sino desde sus corazones y su verdadera esencia.
Yuca enraizó su luz en
aquella nueva tierra, y su vibración llegó más allá del territorio en el cual
se encontraba. Oyeron hablar de él y multitudes quisieron conocerlo e ir ante
aquel ser que les hablaba de su procedencia y les hacía sentir su verdadero
Hogar. Hablaba de la verdadera Familia de la cual procedían.
Todos llegaron a conocer a
nuestro amado indio llevado por la Voluntad Superior hacia aquellas nuevas
tierras para él, pero tan familiares para su alma. Fue aceptado, amado y
protegido por aquellos seres sedientos del agua de la vida eterna.
Por fin, nuestro amado
jinete, guerrero y soñador, poniéndose a las manos de su Creador, fue dirigido
hacia la realización de su vida, siendo una fuente de conexión con el Universo
y la Tierra. Cielo y Tierra se unieron a través de él.
Todo aquel que se le acercó y
se alimentó de sus palabras, su luz y amor, encontraron nuevamente el sentido
inicial de vivir y la alegría y gratitud de haber llegado hasta su presente.
Yuca creó una nueva tierra
donde Cielo y Tierra se unificaron, creando una entrada y alojamiento para todo
el resto de la Gran Familia y Hermandad Celestial.
Tu vida tiene un sentido y un
camino muy concreto a seguir.
Tu corazón te indica en todo
momento los pasos a dar.
Abrirlo y escuchar su voz, te
llevará a tu plena realización.
Tú puedes ser alguien como
Yuca, estés como estés en estos momentos de tu vida, viviendo lo que vives.
Haz que tu corazón te hable.
Escúchale y deja que te guíe.
La humanidad actual te
necesita porque eres parte importante de la Familia. No estás solo/a.
Gracias por ser y estar aquí
donde ahora estás.
Gracias.
Que el Amor y la Paz sean en
ti, amada alma.
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