Una vez, una
niña de cinco años preguntó a su madre:
-
Mamá, ¿porque los papás no jugáis
como nosotros?
-
¿Por qué lo dices, hija?
-
Porque jugar es divertido y río
mucho cuando lo hago.
-
¿Ah, sí? – dijo su madre.
-
Vosotros no jugáis como nosotros.
(Después de un pequeño silencio, prosiguió:) ¿Puedo ser siempre una niña, y no
crecer? – preguntó.
-
No. Todos crecemos. Nuestro cuerpo
empieza siendo pequeño pero después va creciendo. Necesita crecer para poder
hacer más cosas.
La niña se
quedó pensativa, y después de un silencio reflexivo, dijo:
-
Mamá, yo cuando sea mayor quiero
divertirme como ahora. No quiero ser aburrida. Me gusta reír – dijo mientras
hacía una sonrisa a su madre. Quiero aprender muchas cosas y tener muchos
amigos.
-
Esto está bien, hija. ¿Tú crees
que soy aburrida y no me divierto?
La niña miró
fijamente a los ojos de quien le había traído a este mundo, y dijo:
-
No siempre tienes ganas de jugar.
Papá casi nunca juega, y a mí me gustaría jugar, a veces, con vosotros.
-
Dínoslo – añadió su madre – cuando
tengas ganas.
-
Es que no es lo mismo – respondió
la niña. ¿A ti, los abuelos no te enseñaron a jugar? – preguntó.
-
Ellos estaban muy ocupados y no
siempre podían.
-
¿Entonces no jugaron contigo?
-
¡Hombre, alguna vez! – respondió
aquella mujer.
-
Yo te quiero mucho, y a papá
también; y quiero que estéis contentos para jugar. Yo me divierto mucho y
quiero que vosotros también.
-
Y nosotros queremos que tú seas
feliz. ¿Lo eres, verdad?
-
¡Sí! – dijo mientras asentía con
la cabeza.
-
¿Por qué me has preguntado si los
papás jugábamos?
-
Porque veo que no siempre vais al
parque ni en bici y a mí me gusta mucho cuando me acompañas al parque con los
otros niños, o cuando papá me pregunta si quiero ir con él en bicicleta.
-
¿Lo ves, hija, cómo si jugamos
también a veces?
-
Mamá – dijo la niña después de un
silencio -, te amo.
-
Yo también hija- dijo mientras
abrazaba a su hija. Papá y yo te amamos. Eres un ángel para nosotros.
-
Ellos se pondrán contentos – dijo
la niña a continuación.
-
¿Ellos? – preguntó la madre. ¿A
quienes te refieres?
-
¡A ellos! Cuando me pongo en la
cama y estoy sola, siempre están conmigo.
-
¿Los ángeles quieres decir?
-
¡Sí!. Siempre están conmigo y me
hablan.
-
¿Y qué te dicen? – pregunto su
mamá.
-
Que no me preocupe porque tú y
papá me amáis mucho. También me dicen que juegue porque me lo pasaré muy bien.
-
¿Y lo haces, no?
-
Sí.
-
Esto está muy bien. Ellos siempre
están y estarán contigo, hija. Los ángeles también nos aman y nos ayudan muchas
veces.
-
Sí – interrumpió la niña. Una vez
perdí el lápiz y ellos me dijeron donde estaba.
-
¿Y lo encontraste?
-
¡Sí! Estaba debajo de la mesa.
-
Mira – dijo su madre, si alguna
vez quieres hablar sobre ellos o sobre algo que no entiendes nos lo puedes
preguntar. ¿De acuerdo?
-
Sí – respondió.
A continuación
se dirigió donde estaba su perro dispuesto siempre a jugar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario