-
Papá, ¿por qué tú no lloras nunca?
Su padre, viendo la espontaneidad de su amada hija le
respondió:
-
Las lágrimas son para cuando se necesiten.
-
Papá – continuó preguntando la niña -, ¿cómo sabes que es
la hora de llorar?
-
Escucha a tu corazón. Cuando llegue el momento oportuno,
entonces lo sabrás porque sentirás la necesidad de llorar.
-
¿Tú nunca has sentido esta necesidad?
-
Algunas veces pero mi corazón me decía que todavía no era
el momento.
-
¿Por qué?
Aquel padre cogió a
Carlota en brazos y teniéndola con él, le cogió una de sus manitas y la puso
sobre su corazón.
-
¿Lo sientes? – le preguntó a la niña.
-
Sí.
-
Entonces, a veces, cuando el corazón va muy de prisa,
puede ser una señal conforme ya te ha llegado la hora.
Dejó a su hija en el
suelo y ésta empezó a jugar. Corría de un lado hacia otro del jardín de su
casa, y entonces, cuando fue la hora de cenar entró dentro de la casa y se
acercó nuevamente a su padre.
-
Papá, mi corazón va muy de prisa y no tengo ganas de
llorar.
-
¿Estás triste?
-
No.
-
Cuando estés triste, entonces habrá llegado el momento.
La niña cenó y a
continuación se fue a dormir.
Al día siguiente,
después de volver de la escuela, Carlota volvió a preguntar a su padre:
-
Papá, hoy me he enfadado con Julia (una compañera de
clase) y me he puesto a llorar porque me había cogido unos colores y eran los
míos.
-
¿Estabas triste? – le preguntó su padre.
-
No.
-
¿Estabas enfadada?
-
¡Eran míos!
-
¿Ves? Cuando estamos enfadados, a veces también lloramos.
Fueron
pasando los días hasta que llegó uno donde Carlota entró en su casa llorando.
Su padre, que sintió los gemidos y lloros de su hija, se acercó hacia donde
ella se encontraba y le preguntó:
-
¿Qué te pasa hija?
Carlota no podía
hablar por el lloro que tenía. Sus lágrimas resbalaban por su cara. Su lloro
era desolador.
Papá le cogió en sus brazos y le preguntó qué le pasaba,
el por qué lloraba de aquella manera. La niña le respondió como pudo:
-
Han atropellado a un perro – dijo entre gemidos.
-
¿Tu corazón va de prisa?
Ella se puso su pequeña mano derecha sobre su corazón y
después de un instante asintió con la cabeza.
-
¿Estás triste?
-
Sí – le respondió en medio del lloro.
-
Entonces, ya es hora de llorar. Llora, hija, llora.
Su
padre la abrazó apretándola sobre su pecho. Al poco tiempo Carlota se
tranquilizó y quiso bajar al suelo.
-
Papá – preguntó la niña cuando sus pies ya tocaron
tierra-, ¿tú nunca has llorado?
-
Sí, una vez – le respondió.
-
¿Estabas triste?
-
Sí.
-
¿Tu corazón iba de prisa?
-
No mucho.
-
¿Cómo sabías que debías de llorar?
-
Por qué amaba.
-
¿Amabas a quien?
-
A mamá cuando nos dejó. ¿Verdad que te ha sabido mal que
atropellasen a aquel perro?
-
Sí – respondió ella.
-
¿Lo amabas?
-
Sí. Yo amo a los perros….y a los gatos también. (Después
de una pequeña pausa, añadió:) ¡y a los conejos!
-
¿Te acuerdas de mamá? – le preguntó su padre.
-
No mucho.
-
Cuando tú tenías once meses se fue hacia “el hogar”.
-
¿A la otra casa?
-
Sí. Entonces lloré porque ya no la vería más, pero,
¿sabes qué? Estaba equivocado porque durante mucho tiempo nos venía a ver
cuando dormíamos. Ella se presentaba y hablaba con nosotros y nos decía que
allí donde se encontraba, estaba bien y que no nos debíamos de preocupar. Ella
nos amaba y su estima siempre estará con nosotros. ¿Te acuerdas Carlota cuando
una noche viste una luz en tu habitación estando en la cama?
-
Sí.
-
Era ella que había venido a verte.
Después de una pausa
aquel padre le preguntó a su hija:
-
Por cierto, nunca te llegué a preguntar cómo te sentiste.
¿Tuviste miedo? ¿Te dijo alguna cosa?
-
A veces también la veo – dijo la niña. Me dice que no me
preocupe y que tú me amas mucho. Ella me dijo una vez que en la casa donde
ahora está, algún día nosotros también iremos.
-
Aunque se haya ido, continúa estando con nosotros – dijo su
padre.
-
Papá, ¿cuándo murió mamá, estabas triste?
-
Sí, hija, sentía un nudo aquí dentro (señalándose el
corazón) y me di cuenta que había llegado la hora de llorar.
-
¿No has llorado más?
-
No he sentido que había de volver a hacerlo.
-
Papá, te amo – dijo Carlota acercándose a su padre y
haciéndole un abrazo.
-
Yo también, hija. Yo también te amo.
Carlota, ahora ya es una joven de dieciocho años,
sabiendo que su corazón y su interior le dirán cuando necesitará llorar y
cuando no. Con los años ha ido aprendiendo que no siempre se llora de tristeza,
dolor o pena, sino que también se puede llorar de alegría, de emoción, e
incluso, cuando se ríe muy a gusto.
Con los años ha ido aprendiendo que el lloro es un medio
que tenemos los seres humanos para expresar nuestro interior y liberar aquello
que no nos hace sentir bien y se encuentra en nuestro interior.
Carlota encontró este “gesto” como lo más natural, tal
como su padre le enseñó.
Cuando sintáis que os ha llegado el momento de llorar, hacedlo
y os sentiréis liberados por la emoción, el sentimiento o dolor que pueda
albergar vuestro interior. Aprended a hacer uso de todo aquello que sale de
vosotros.
No hay nada de
vuestro interior que no tenga una función en nuestro camino de evolución
personal.
Carlota ahora es una
chica que sabe expresar sus sentimientos, segura y llena de amor precedente de
la comprensión de su padre y su actitud sincera ante los actos relacionados con
las emociones. Su padre le habló desde el corazón, y todo lo que de él procede,
solo crea amor, acogimiento, seguridad y verdad.
Y tú, ¿has sentido
en algún momento que ya te había llegado la hora de llorar?
Actualmente, ¿dejas
que el lloro salga cuando tu corazón te lo dice?
No lo prives de
salir, porque él te liberará de la inquietud, la angustia, la pena y la
tristeza que puedas llegar a tener. Es un gesto de autoestima importante para
prepararte y dar el siguiente paso en tu proceso.
Deja que este regalo
que la vida nos ha ofrecido, sea manifestado para volver a encontrar el
equilibrio, la armonía y la calma en nosotros.
Que el Amor y la Paz
sean en ti.
1 comentario:
Fabuloso!
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