jueves, 15 de marzo de 2018

La maestría del discípulo



Había una vez un maestro budista que, como siempre, antes de la salida del sol, se levantó para tener sus momentos de interiorización.
A continuación cruzó el corredor que le llevaba hasta la sala que se encontraba ante las vistas del amanecer. Allí se encontró con compañeros suyos, otros maestros que residían en aquel pequeño monasterio tibetano.
Se colocó donde normalmente se situaba para sentarse en su esterilla. En este estado cerró los ojos y empezó a hacer unas respiraciones para abrir las puertas de su interior. 
Su interior se encontraba muy lejos a aquel lugar, habiendo algo dentro de él que le hacía tener presente el lugar donde se encontraba.
Hacía años que llegó por primera vez en aquel rincón tibetano. Su entusiasmo por llegar a la iluminación y aprender las técnicas de meditación tibetanas era inmenso. Su motivación fue en aumento a medida que iba practicando todo lo que se le iba ofreciendo para aplicarlo en su vida. Así fue año tras año hasta llegar a la maestría espiritual. Todo y así, su espíritu estaba abierto a nuevos aprendizajes y aperturas de nuevas puertas para ensalzar todavía más su alma. Su proceso de aprendizaje continuaba a pesar del nivel conseguido con la aplicación de todos los conocimientos que se le instruyó por parte de su maestro.
Llegó el día que los discípulos empezaron a acercársele y escucharle. Las preguntas que le hacían iban a más, respondiéndoles él desde la sabiduría de su interior y el aprendizaje obtenido a lo largo de su formación inicial hasta su presente.
Aquel día, cuando los rayos del sol empezaron a asomar en el horizonte trayendo claridad a aquella jornada, sintió que quizás, su etapa en aquel lugar podría estar llegando a su fin.
Las imágenes se le iban presentando sin él crearlas. Fueron visiones sucesivas en relación a lo que sentía.
Vio los momentos de su ingreso y aceptación en aquel lugar por parte de la comunidad; su instalación en su pequeña y sencilla habitación con vistas al valle; cuando tuvo su primer contacto con su Yo Superior y la presentación de todos los que estaban con él en otras dimensiones; su primer discípulo y su relación con él, y otras imágenes que se le fueron presentando ante sí. Era como si todo su período monástico se le presentara ante él para ver el proceso y aprendizaje obtenido estando allí.
Su corazón estaba tranquilo y su espíritu en paz, todo y así, algo dentro de él le avisaba conforme su período, tal como lo estaba llevando, quizás necesitara un cambio, habiendo de dejar el pequeño monasterio donde se encontraba y toda la función que en él realizaba.
Llevaba ya años como maestro espiritual, y últimamente, sentía que debía de dar nuevos pasos en su camino. Había recibido la formación conforme sentía en aquellos momentos, pero ahora, una puerta se había abierto en su interior y percibía que aquel lugar estaba llegando a su fin. Ya no debía de continuar allí.
Fue en esta hora primeriza de la mañana que su corazón le habló alto y claro. Vio una luz que le mostraba un camino, y éste, le llevaba a alejarse de donde se encontraba.
Nuestro maestro sintió con intensidad la voz de su interior. El sol ya asomaba parte de su esencia, y nuestro ser, en estado meditativo, abrió los ojos para poder apreciar la imagen que se le ofrecía la naturaleza ante sí, como una gran pantalla donde se plasmaba la secuencia de aquel nuevo día.
Así estuvo hasta que todo el sol apareció por el horizonte y el valle que se encontraba ante él, quedó impregnado por la claridad del astro superior que abrazaba nuestro planeta.
Después de estar en esta posición de loto durante un tiempo, juntó las manos en posición de oración delante de su pecho y expresó, en voz baja, unas palabras de agradecimiento por aquellos momentos vividos y la confirmación recibida para su nueva vida.
A continuación se levantó y decidió que iría a hablar con el superior del monasterio para hacerle saber lo recibido en estos momentos de interiorización.
Mientras, tranquilamente, fue dando un paseo por los jardines que rodeaban aquel lugar con las vistas al valle.
 El maestro, interiorizado todavía, sentía la alegría dentro de sí al saber que lo que percibía era lo que debía de hacer y dar este nuevo paso en su proceso, al igual como lo dio en sus inicios de venir y residir en este espacio en medio de la naturaleza donde el cielo estaba más cerca de la Tierra y las almas de todos aquellos que en ella estaban encarnados. Era un lugar ideal para las almas que iban y venían hospedándose temporalmente para llegar a recordar su sentido en esta vida.
Mientras paseaba sintiendo la suave brisa de aquella mañana, uno de sus discípulos lo vio y se le acercó rápidamente. Cuando estuvo cerca de él, le llamó:
-         ¡Maestro!  
Nuestro ser se detuvo y giró su cabeza, viendo al joven acercársele contento:
-         Buenos días, maestro.
-         Buenos días – le respondió su tutor.
-         Esta mañana he sentido que debía de levantarme pronto y salir al jardín.
El venerable le escuchaba atentamente.
-         Siento algo en mi interior conforme debo de expresarlo. Cuando he salido, le he visto y he venido rápido a su lado. Quería decirle algo.
El maestro asintió con la cabeza haciéndole una pequeña sonrisa.
-         He sentido – prosiguió el joven – que todo tiene su fin. Cuando lo necesitamos, lo obtenemos, pero luego, se aleja de nosotros. He sentido como si todo lo que vivimos tiene un sentido, y cuando éste ya ha sido cumplido, entonces, lo que vivimos ya no tiene sentido que continuemos con lo que estábamos haciendo o teniendo.
Después de una pausa prosiguió:
-         Esta noche he sentido como si debiéramos de dejarlo ir y hacer un nuevo camino – finalizó el discípulo mirando atentamente a los ojos de su mentor para recibir unas palabras al respecto. 
Después de un silencio alargado, el maestro expresó:
-         Gracias maestro. – dirigiéndose al chico.  Cuando aprendemos, el discípulo deja de ser aprendiz y se convierte en maestro. Todos los maestros también siguen su proceso y necesitan dejar ir su presente para continuar su sendero de evolución.
Luego, hizo una pausa y se dio cuenta, haciendo una sonrisa conforme su discípulo se convirtió en aquellos momentos en su maestro, al confirmarle lo que él había sentido momentos antes cuando se encontraba en la sala de meditación.
A continuación, con una sonrisa en la boca, prosiguió hablando ante aquel joven que fue enviado por el universo para hacerle dar cuenta de la veracidad de lo que había sentido en los momentos de interiorización:
-         Aprendizaje y maestría se dan de la mano cuando el corazón se abre. (Pausa). Sabrás cuando habrá llegado tu momento de dejar lo que estabas haciendo hasta entonces, cuando sientas en tu interior los primeros indicios conforme ha llegado la hora de no continuar con lo que estabas haciendo. Algo mejor te estará esperando. Tu ser estará listo y preparado junto con la instrucción recibida a lo largo de los años.
Después de una pausa prosiguió:
-         No temas dar este paso. No dudes. Será el nuevo camino para tu alma. Tus pilares serán fuertes y estarás preparado para lo nuevo. ¡Hazlo!, y gracias por tu presencia – finalizó diciendo junto con un gesto de agradecimiento  con la cabeza.
-         Gracias maestro. Que sus pasos le guíen en su camino – finalizó el joven y despidiéndose de quien había sido su maestro hasta entonces.  
El mentor vio como quien había sido su discípulo hasta este día, se alejaba tranquilo, dándose cuenta como los papeles se habían invertido en este encuentro, siendo el joven el maestro que le transmitía lo que él sentía que debía de hacer. Fue un enviado del cielo para que nuestro ser instruido dijese, convencido y con total certeza, lo que sentía en su interior.
Nuestro joven giró la cabeza, sonriendo y mirando a su maestro, haciéndole un saludo con la mano. Éste le correspondió, también con una sonrisa.
A continuación continuó con su paseo dispuesto a ir a hablar con su maestro superior y anunciarle su marcha del monasterio.
Había llegado la hora de una nueva vida.

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