jueves, 1 de noviembre de 2012

El fin de la Sala de los Espejos


“Esto puede pasar en cualquier día de nuestra vida. Un día vas a un lugar, y ¡mira por donde!, que algo despierta dentro de ti haciéndote ver la vida de otra manera. “

Hace muchos años fui a un parque de atracciones que hay en Barcelona. Allí fui a visitar a una sala donde habían unos espejos. Eran grandes, y a medida que iba pasando por delante de cada uno de ellos, lo que veía era grotesco, todo yo deformado, mostrando una imagen caricaturesca. La gente que pasaba por allí y se miraba, se ponía a reír y se lo pasaba muy bien. Yo también me miraba y quien veía, no era yo. No me reconocía. La imagen que tenía de mí no se correspondía con lo que estaba viendo. ¿Yo era esto? – me preguntaba. Era divertido, de alguna manera, verme diferente a como me veía normalmente. Todo estaba distorsionado. La imagen que se veía no se correspondía con la realidad. La gente se lo pasaba muy bien al ver las deformidades de su cuerpo, su imagen, a medida que iba pasando por delante de cada uno de los espejos. Cada uno de ellos tenía el don de distorsionarte y deformarte de una manera concreta. Por momentos parecías un enano, otras un ser muy delgado y alto, otro con una cabeza deformada y graaaaannnnde. Era la visión que teníamos cuando nos poníamos delante de los espejos de aquella sala.
Era la Sala de los Espejos.
Había quien salía y volvía a entrar, como si no quisiera olvidar y acabar el buen rato que habían pasado mientras estaban en él.
Al final, salían y recordando cómo se habían visto, reían y disfrutaban con lo vivido. ¡Ay, qué recuerdos! – parecían decir o pensar mientras se dirigían a otras atracciones.
No he podido recordar y encontrar mejor metáfora del ser humano viviendo en una serie de encarnaciones, y concretamente, la vida actual.
La Sala de los Espejos es el planeta Tierra y nuestra visión que tenemos de nosotros mismos cuando nos miramos con los ojos físicos. Distorsionamos la realidad. Nuestras almas parecen pasárselo bien al vivir lo que viven. Depende de cada uno y del momento, nos vemos de una manera u otra, pero todo es fruto de nuestra mente, según el filtro por el cual miramos.
Mientras estamos dentro de la sala, la experiencia terrenal, todo parece una cosa, pero en el fondo, solo es fruto de nuestra ignorancia. Cuando más despertamos de la somnolencia espiritual, más nos damos cuenta que aquello que vemos solo es fruto de una interpretación basada en nuestra mente.
Hay muchos que han entrado en la sala de los espejos siendo conscientes de quienes son. Se miran en cada uno de ellos y pueden hacer una sonrisa para sentirse unos afortunados de saber que aquello que se ve no es, y lo que son les mantiene enraizados en su esencia, por más que alguien de fuera (los espejos), les hagan verse de otra manera. Hay quien se cree deformado, pequeño, delgado o grueso, pero solo es fruto de nuestra mente. Quienes somos realmente no tiene nada que ver con lo que nos quieren hacer ver.
Así ha sido con el ser humano durante muchos siglos, y hoy, en nuestro año 2012, hay muchos que entran en la sala y piensan: “Todo esto es divertido y te hace pasar un buen rato, a pesar de que este que veo no soy yo”. Sé quién soy y darme cuenta de la distorsión que quieren hacerme creer activa el amor que hay en mí para abrazar a todo aquel que vive en el convencimiento de la limitación, con mi amor y presencia.
Salimos de esta sala y volvemos a menudo, pero cada vez, los espejos que nos esperan tienen menos fuerza y poder sobre nosotros, aunque aceptemos su visión sobre nosotros, pero ya no nos identificamos con ellos.
Llegará el día que vernos deformados ya no nos hará ninguna gracia. Entonces serán los espejos quienes se irán retocando ellos mismos hasta mostrarnos la imagen de quienes somos realmente.
Cuando, cada vez vaya entrando más gente consciente de quien es en esta sala (planeta Tierra), seremos nosotros quienes nos hará gracia los espejos, no porque nos mostrarán quienes no somos, sino porque entonces, veremos al verdadero ser que somos, y nos gustará lo que veremos desde el corazón, dándonos cuenta de la grandeza y majestuosidad de nuestra presencia. Nos agradará lo que veremos y los espejos nos mostrarán aquello que realmente somos y no quienes ellos quieren que nosotros nos pensemos quienes somos.
Vivir dormidos nos ha hecho creer y ver la vida de una manera distorsionada. Nos hemos creído todo lo que nos han dicho.
Los tiempos han cambiado. Las almas están empujando el muro de la limitación que no les permitía ver más allá de su condición humana.
La Sala de los Espejos tiene los días contados. El fin de la distorsión está llegando a su fin. Muchos todavía creerán lo que verán en ella, quedando atrapados en una ilusión alejada de su verdadera naturaleza. Abrirán los brazos para recibir más dolor de lo que han vivido hasta ahora. Llegará el día que no les tocará más remedio que bajarlos y reconocer lo inevitable: aquel quienes realmente son.
Cuando el corazón ocupa el lugar que le corresponde en el ser de cada uno, entonces, el camino se allana y podremos disfrutar mucho más de él. A media que lo vayamos haciendo, el pasado se irá alejando de nosotros, liberándonos de un viejo ser que nos hemos ido identificando para dar paso al verdadero ser que somos: lleno de Luz y Amor.
 Encontrarnos en aquella sala está bien para darnos cuenta de quienes no somos. Nos distorsionan tanto que nos hace reír, pero en el fondo, solo es una muestra de cómo nos distorsionamos nosotros mismos al querer hacer predominar en nuestra vida la mente, olvidando aquello que nuestro corazón nos dicta diariamente y nosotros ignoramos.
A veces, para darnos cuenta nos han de ridiculizarnos y distorsionarnos de tal manera para llegar a decir: “¡Hala! ¡Yo no soy así!”. Bueno, este día ya llegó. Desde entonces, la humanidad está despertando su consciencia, haciendo que todo cambie. La Tierra también sigue las pautas de este cambio, y juntos, elevamos la presencia del Gran Plan Divino en el cual nos encontramos.
A la Sala de los Espejos ya casi no va nadie, y de cuando en cuando alguien se atreve a entrar, no sabe si reír o inquietarse. Aquí las limitaciones se potencian.
¿Qué tal si cerramos para siempre, estos momentos donde nos sentimos poca cosa, incapaces o inquietos preguntándonos constantemente: ¿por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?.....

Al final, este espacio ya no tendrá ningún sentido que exista y desaparecerá.  

Que el Amor y la Paz sean en todos vosotros.

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