miércoles, 3 de abril de 2013

La aceptación del ocaso

                                                                                                       (Estas palabras están dedicadas a un ser amado, y que el tiempo se encargó de acercarnos y poder compartir parte del camino juntos, de tu a tu.)
Era un hombre hablando y recordando para sí mismo:
 
“Recordando los inicios del día que nuestras almas se encontraron, sentí la gratitud de las bendiciones que la vida me ofrecía. Sentí la ilusión de una luz que iluminaba el sentido de mi andar.
Recordando aquellos tiempos donde la puerta se abría para invitarnos a seguir un sendero que nos llevaría, a cada uno, a una posición y un aprendizaje que nos elevaría, con nuestra voluntad, a la pasarela que nos conduciría de lo humano a lo divino”.
Ahora, este ser, convertido en abuelo, recuerda sus años donde la juventud permitía irradiar la jovialidad de lo que eran.
El día ha ido avanzando y, en estos momentos, va contemplando como el ocaso hace presencia en el ser que más ha amado en su vida. Ve como su físico ha ido cambiando, ya no pudiendo desplazarse con la energía y vitalidad de tiempo atrás.
Los días, meses y años han ido haciendo mella en este cuerpo femenino que durante tantos años le ha ido acompañando en cada decisión tomada pensando en la familia que juntos crearon.
A fuera, en el balcón, contempla como los últimos rayos de lo que fue, van apagándose como muestra de lo que a todos nos espera en su momento. Su silueta se recorta en el azul oscurecido por la ausencia de la plenitud de la luz. Mira al cielo y siente el paso de los tiempos junto al ser que ha llegado a amar.
Los recuerdos divagan entre el ayer y el hoy.
Entra de nuevo en casa y a través de los cristales da la última ojeada al día que anuncia su adiós.
Así siente este hombre, con la felicidad en su corazón de haber podido sentir el amor de la mujer que durante más de cincuenta años le ha ido acompañando a lo largo del camino. Todavía se encuentra a su lado, pero la vida le ha marcado su cuerpo y su mente.
Mira a su mujer como el ser que le ha dado los frutos de los hijos nacidos de su unión. Siente un gran respeto y agradecimiento, a la vez, por ser como es todavía. Siente el paso de los años como han ido cambiando sus cuerpos y sus manifestaciones ante la vida.
Nuestro hombre ahora es feliz, libre de las responsabilidades que en su momento decidió tener. Ahora, jubilado desde hace tiempo, contempla el pasar de los días con los hábitos aprendidos, pero de cuando en cuando, recordando que las sorpresas pueden abrir nuevas puertas y alegrar la rutina de sus pasos.
Ahora acepta el momento de su vida y está dispuesto que cuando llegue su momento, ofrecerse para transcender y sentir la plenitud más allá de lo vivido.
Sabe que su esposa ya no es la que era, viendo cómo va empezando a olvidar los momentos del presente, del pasado, encerrada en su mundo interior; todo y así, todavía siente su amor hacia él, y él el amor que no puede dejar de profesar hacia aquella mujer que tantos buenos recuerdos le han llenado su espíritu y su ser. Ahora tiene su álbum mental lleno de buenos momentos compartidos con la mujer que ama y le ha dado de la mano durante tantos años.
Ella ya no es la misma. Él tampoco.
Ella ha menguado sus facultades mentales y él se da cuenta como la vida ha empezado a descontar el tiempo que le queda. A cada paso de su amada ve alejarse lo que fue para dar paso a un nuevo ser, necesitando de su presencia y comprensión para seguir a su lado. Su aceptación de la realidad actual va adquiriendo más naturalidad al ver el ocaso de aquella joven que en su momento se convirtió en la mujer de sus sueños.
El proceso se acelera y los que estamos a su lado sentimos una compasión y un amor profundo hacia aquella alma que va perdiendo la memoria de su condición humana, así como la vitalidad de su andar. El tiempo se ha encargado de facilitarle nuevas luces en su vida. Ahora se ríe más, está más expresiva y ve como su sentido del humor, que aunque nunca ha sido su don más manifestado, ahora empieza a dejarse ver. Se siente comprendida y amada.
Parece ser como si lo que fue a nivel de su entorno, ahora queda en un segundo grado, floreciendo su interior como el mayor don de estos momentos: mayor expresión, alegría, humor, sonrisas y poder ser abrazada más a menudo por quien escribe estas palabras.
Quien compartió su vida desde los inicios de su juventud contempla todo esto y siente la gratitud por todo lo que le ha concedido. Mira a su mujer y siente un amor profundo, en el silencio de la observación, al darse cuenta que ella va menguando sus capacidades, cada vez con más notoriedad. Siente que estará a su lado hasta el fin de sus días, porque así lo desea.
Hay un amor incondicional al saber de aquella mujer todo lo que ha hecho para estar a su lado. Aceptó el papel que se le encomendó, y, ahora, llegando casi a los 60 años de casados, observa cómo el día de su amada, lentamente va apagándose, aceptando lo mucho que le ha dado y que quizás, a partir de ahora sea él quien deba de aportar, aceptando y comprendiendo su ocaso, en este período de vejez, donde los valores de otros tiempos quedan ya lejos y encontrándose en momentos donde solo el corazón puede decidir qué hacer a partir de ahora.
Son libres, y juntos, cogidos de la mano, se disponen a realizar el último tramo de su unión.
Él le mira a los ojos y ve a la mujer que conoció hace mucho tiempo atrás. Consigue ver a aquel ser que le capturó el corazón y proponiéndole, él, compartir su camino hacia el presente.
Ella, como siempre, le mira a los ojos y accede a su petición sin palabras. Ella le sigue y le es fiel en el camino de crear su nuevo hogar.
Este hombre, ya abuelo, siente la realización en su interior y la fortaleza de saber que algún día no muy lejano tendrá que dar a aquella joven, ahora ya abuela, lo que ella siempre le dio hasta llegar a su estado actual.
El ocaso va manifestándose cada vez más, pero este hombre sabe que no está solo. Siente la fuerza de su interior que le empuja a seguir y a aceptar lo que cada día le manifiesta su amada. Quizás llegará el día que le deba recordar quién es y explicarle una y otra vez, hecho que ya ha empezado a suceder, aquello que ella ya no recuerda por sí sola.
Este ser, lleno de fe y sintiéndose comprendido, avanza hacia su amada esposa, le mira a los ojos y le besa haciéndole saber lo mucho que le quiere.
Fortaleza se necesita para aceptar el crepúsculo humano de alguien que le ha acompañado durante tantos años.
¡Adelante padre! Deja que mamá sienta el amor y la compañía de quienes le amamos, aunque sea en la distancia.
 
Os amo.

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