Había una vez, de esto ya hace tiempo, mucho tiempo, un
camino transitado por toda tipo de sombras, de todos los colores: amarillas,
rosas, marrones, alguna que otra blanca y la mayoría de color gris. Todas ellas
pasaban cada día por este camino, donde una oruga lo contemplaba desde el amanecer.
Cuando el sol todavía no empezaba a despuntar, el tránsito de aquellas sombras
iniciaba el que había de ser un nuevo día lleno de incógnitas.
Las hormigas, los escarabajos, las mariquitas y los
saltamontes podían cruzar tranquilamente aquel camino porque nadie los podía
pisar. Las sombras no pesaban lo suficiente como para peligrar el mundo de los pequeños seres vivientes.
Nuestra oruga se preguntaba de donde venían aquellas
sombras y hacia donde se dirigían, así que, un buen día se dispuso a seguirlas.
Como ya sabía qué dirección tomaban, ella, antes que apareciesen, ya empezó a
desplazarse. Cuando llevaba un buen rato avanzando, se dio cuenta que las
sombras la pasaban y se perdían de su vista, siguiendo el camino. Cuando
llegaba a una bifurcación del camino se detenía y esperaba al día siguiente para
ver qué camino era el correcto. La sorpresa fue que las sombras, al llegar al
mismo punto que ella, también se paraban y como pensativas, unas creían que habían de
coger un camino y las otras, el otro, de manera que no todas seguían la misma
dirección.
Lo sorprendente fue que cuando se adentraban en el camino
elegido, desaparecían y nuestra oruga quedó más desconcertada que antes.
Grandes multitudes de sombras de colores desaparecían
ante su vista como si aquellos caminos se las tragasen al dar el primer paso.
Ella, finalmente, se decidió por uno de los dos y al poner sus primeras patas
de su alargado cuerpo se encontró con todas las sombras que habían decidido
continuar por aquel camino como se iban intensificando sus colores, incluso,
los colores de la propia oruga también iban resaltándose cada vez más. A medida
que se acercaban a la entrada de una cueva iban mostrando con más claridad los
tonos de sus colores.
Una vez dentro pasaron por una especie de ducha, pero no
era de agua, sino de una especie de luz transparente que extraía el polvo de
todas aquellas sombras que habían decidido llegar hasta allí. La oruga también
pasó a través de la luz transparente.
Todas las sombras se habían detenido en un gran espacio y
en hilera porque una por una, habían de recibir alguna cosa por parte de una
luz muy intensa, clara y brillante que se encontraba a la derecha y al
principio de la hilera. Cuando las sombras llegaban donde se encontraba la luz
blanca, parecía como si escuchasen lo que la gran luz les decía, a la vez que
les daba algo.
Nuestra oruga
quiso acercarse un poco más para oír lo que decía a cada una y poder también
ver qué les daba cuando las sombras ya habían recibido el obsequio de aquella
luz, entonces volvían a desaparecer al querer dar el siguiente paso como en la
bifurcación del camino. Las sombras iban desapareciendo, pero con la misma
secuencia, otras se iban incorporando a la hilera.
A medida que la oruga se iba acercando hacia la gran luz
blanca, en un momento determinado, ésta parecía como si se girase hacia ella y
la oruga quedó quieta, como paralizada.
- ¡Vaya, me han
visto! Ahora me sacarán de aquí – pensó.
La oruga tuvo la sensación como si la gran luz la
invitase a ponerse a la hilera y llegar a ella. Con toda serenidad, la luz
continuó con la nueva sombra que se le había acercado, y al igual que con
todas, parecía decirle algunas palabras y le dio algo que la oruga todavía no
pudo distinguir.
Ya solo le quedaban tres sombras delante de ella y pudo
observar como cada sombra, después de sentir y recoger lo que se le había dicho
y dado, parecían hacer una sonrisa de agradecimiento y alegría, y al dar el
primer paso para continuar, desaparecían. A medida que se acercaba la oruga,
iba sintiendo una gran tranquilidad y emoción porque se daba cuenta que algo
importante se le había de decir y dar. Ya solo le quedaban dos sombras, cuando
quiso mirar atrás y vio que, como ella, un pequeño ciervo lleno de curiosidad
había pasado por la ducha de la luz transparente. Se le veía un poco miedoso
pero con mucha curiosidad para ver cómo acabaría todo. De repente, le tocó el
turno a la sombra que tenía delante y no podía escuchar nada, ni poder ver qué
se le daba, ahora bien, si pudo darse cuenta de la alegría inmensa de la
transparencia que tenía delante de si como si aquello lo hubiera estado
deseando desde hace tiempo y ahora hubiese llegado el momento. Con el intento
de querer avanzar, la sombra desapareció y como arte de magia, la oruga se
encontró ante la luz blanca intensa y amorosa que le rodeaba y le daba calidez,
y seguridad. La piel se le erizó y tuvo la sensación que salía de su cuerpo y
se convertía en un animal volador, lleno de colores vivos y maravillosos; de
una belleza indescriptible y que esta ya la tenía ahora en su interior. Más
adelante saldría porque mostraría a su entorno, estuviera donde estuviera, la
ilusión, la alegría y la esperanza de vivir y que sin ella, la vida no podría
continuar. La oruga tuvo la sensación que ella no era lo que representaba y que
de dentro de ella saldría la belleza más bella jamás imaginada por un insecto.
Recibió que aunque ahora se desplazaba por tierra, algún día volaría por el
aire y que aquello que ahora es, solo representa un paso para llegar a mostrar
su resplandor en su estado más puro y que en su nueva etapa sería una
brillantez de colores en el firmamento.
Sintió como si la abrazasen amorosamente y le preguntasen
si quería continuar el camino y mostrarse tal como se le había dicho, pero a la
vez, como si le hubiesen hecho ver en una pantalla imaginaria lo que sería su
vida a partir de aquel momento. La oruga se alegró e hizo una especie de
sonrisa por lo contenta que se sentía por lo que ella sería a partir de ahora.
De alguna manera que no se puede describir, la gran luz le entregó los colores
que necesitaría para vestir su nuevo cuerpo y los introdujo dentro de ella. En
estos momentos, nuestra oruga sintió la inmensidad de la creación y se vio
acompañada por otra luz dulce que la invitaba a seguirla. Así lo hizo.
De repente, se encontró con la sombra que todo el rato
había estado ante sí. Se convertía en la esencia de un niño y éste se introdujo
dentro del cuerpo de un recién nacido acabado de nacer. Inmediatamente, el bebé
hizo una sonrisa y se iluminó. Una nueva vida había aparecido en la Tierra.
Antes de dar el siguiente paso, la oruga quiso preguntar
a la luz que le hacía ahora de guía:
-
Escucha, ¿qué hubiera pasado si en vez de
coger el camino que elegí en la bifurcación hubiera cogido el otro?
-
Que la oruga que
ahora eres no estaría preparada para dar el paso de crisálida y necesitaría más
tiempo para llegar a ser lo que debes de ser.
-
Y estas sombras,
¿qué son? ¿Han recibido lo mismo que yo?
-
Son almas que han
recibido el don de ser niño y poder, como tú, ayudar a dar color al planeta
donde estarás.
-
¿También han sentido
la alegría y las ganas de vivir como yo?
-
Sí, también.
Entonces aquella tierna luz, desde donde estábamos me
señaló un campo de maíz y me dijo:
-
¿Aquí te va bien?
-
¡Perfecto! – le
respondió.
A continuación la oruga se encontró junto a un camino de
un campo de maíz teniendo la sensación que alguna cosa importante había de
sucederle en la vida mientras veía a lo lejos, en la entrada de una masía, un
niño pequeño que reía y disfrutaba del agua en aquel día caluroso de verano.
Con el tiempo aquella oruga pudo ver al niño desde el
aire, batiendo sus coloridas alas y como el niño reía y se divertía viéndola y
queriéndola coger por la belleza que irradiaba. Lo bueno del caso, es que ahora
la mariposa, quiso acercarse al niño por la luz que desprendía desde su
corazón. La alegría y la inocencia del vivir se columpiaban en aquel lugar.
La perfección de la Creación se estaba manifestando.
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