domingo, 19 de julio de 2020

La alegría de ser niño






Había una vez, de esto ya hace tiempo, mucho tiempo, un camino transitado por toda tipo de sombras, de todos los colores: amarillas, rosas, marrones, alguna que otra blanca y la mayoría de color gris. Todas ellas pasaban cada día por este camino, donde una oruga lo contemplaba desde el amanecer. Cuando el sol todavía no empezaba a despuntar, el tránsito de aquellas sombras iniciaba el que había de ser un nuevo día lleno de incógnitas.     
Las hormigas, los escarabajos, las mariquitas y los saltamontes podían cruzar tranquilamente aquel camino porque nadie los podía pisar. Las sombras no pesaban lo suficiente como para peligrar  el mundo de los pequeños seres vivientes.
Nuestra oruga se preguntaba de donde venían aquellas sombras y hacia donde se dirigían, así que, un buen día se dispuso a seguirlas. Como ya sabía qué dirección tomaban, ella, antes que apareciesen, ya empezó a desplazarse. Cuando llevaba un buen rato avanzando, se dio cuenta que las sombras la pasaban y se perdían de su vista, siguiendo el camino. Cuando llegaba a una bifurcación del camino se detenía y esperaba al día siguiente para ver qué camino era el correcto. La sorpresa fue que las sombras, al llegar al mismo punto que ella, también se paraban  y como pensativas, unas creían que habían de coger un camino y las otras, el otro, de manera que no todas seguían la misma dirección.
Lo sorprendente fue que cuando se adentraban en el camino elegido, desaparecían y nuestra oruga quedó más desconcertada que antes.
Grandes multitudes de sombras de colores desaparecían ante su vista como si aquellos caminos se las tragasen al dar el primer paso. Ella, finalmente, se decidió por uno de los dos y al poner sus primeras patas de su alargado cuerpo se encontró con todas las sombras que habían decidido continuar por aquel camino como se iban intensificando sus colores, incluso, los colores de la propia oruga también iban resaltándose cada vez más. A medida que se acercaban a la entrada de una cueva iban mostrando con más claridad los tonos de sus colores.
Una vez dentro pasaron por una especie de ducha, pero no era de agua, sino de una especie de luz transparente que extraía el polvo de todas aquellas sombras que habían decidido llegar hasta allí. La oruga también pasó a través de la luz transparente.
Todas las sombras se habían detenido en un gran espacio y en hilera porque una por una, habían de recibir alguna cosa por parte de una luz muy intensa, clara y brillante que se encontraba a la derecha y al principio de la hilera. Cuando las sombras llegaban donde se encontraba la luz blanca, parecía como si escuchasen lo que la gran luz les decía, a la vez que les daba algo.
 Nuestra oruga quiso acercarse un poco más para oír lo que decía a cada una y poder también ver qué les daba cuando las sombras ya habían recibido el obsequio de aquella luz, entonces volvían a desaparecer al querer dar el siguiente paso como en la bifurcación del camino. Las sombras iban desapareciendo, pero con la misma secuencia, otras se iban incorporando a la hilera.
A medida que la oruga se iba acercando hacia la gran luz blanca, en un momento determinado, ésta parecía como si se girase hacia ella y la oruga quedó quieta, como paralizada.
-  ¡Vaya, me han visto! Ahora me sacarán de aquí – pensó.
La oruga tuvo la sensación como si la gran luz la invitase a ponerse a la hilera y llegar a ella. Con toda serenidad, la luz continuó con la nueva sombra que se le había acercado, y al igual que con todas, parecía decirle algunas palabras y le dio algo que la oruga todavía no pudo distinguir.
Ya solo le quedaban tres sombras delante de ella y pudo observar como cada sombra, después de sentir y recoger lo que se le había dicho y dado, parecían hacer una sonrisa de agradecimiento y alegría, y al dar el primer paso para continuar, desaparecían. A medida que se acercaba la oruga, iba sintiendo una gran tranquilidad y emoción porque se daba cuenta que algo importante se le había de decir y dar. Ya solo le quedaban dos sombras, cuando quiso mirar atrás y vio que, como ella, un pequeño ciervo lleno de curiosidad había pasado por la ducha de la luz transparente. Se le veía un poco miedoso pero con mucha curiosidad para ver cómo acabaría todo. De repente, le tocó el turno a la sombra que tenía delante y no podía escuchar nada, ni poder ver qué se le daba, ahora bien, si pudo darse cuenta de la alegría inmensa de la transparencia que tenía delante de si como si aquello lo hubiera estado deseando desde hace tiempo y ahora hubiese llegado el momento. Con el intento de querer avanzar, la sombra desapareció y como arte de magia, la oruga se encontró ante la luz blanca intensa y amorosa que le rodeaba y le daba calidez, y seguridad. La piel se le erizó y tuvo la sensación que salía de su cuerpo y se convertía en un animal volador, lleno de colores vivos y maravillosos; de una belleza indescriptible y que esta ya la tenía ahora en su interior. Más adelante saldría porque mostraría a su entorno, estuviera donde estuviera, la ilusión, la alegría y la esperanza de vivir y que sin ella, la vida no podría continuar. La oruga tuvo la sensación que ella no era lo que representaba y que de dentro de ella saldría la belleza más bella jamás imaginada por un insecto. Recibió que aunque ahora se desplazaba por tierra, algún día volaría por el aire y que aquello que ahora es, solo representa un paso para llegar a mostrar su resplandor en su estado más puro y que en su nueva etapa sería una brillantez de colores en el firmamento.
Sintió como si la abrazasen amorosamente y le preguntasen si quería continuar el camino y mostrarse tal como se le había dicho, pero a la vez, como si le hubiesen hecho ver en una pantalla imaginaria lo que sería su vida a partir de aquel momento. La oruga se alegró e hizo una especie de sonrisa por lo contenta que se sentía por lo que ella sería a partir de ahora. De alguna manera que no se puede describir, la gran luz le entregó los colores que necesitaría para vestir su nuevo cuerpo y los introdujo dentro de ella. En estos momentos, nuestra oruga sintió la inmensidad de la creación y se vio acompañada por otra luz dulce que la invitaba a seguirla. Así lo hizo.
De repente, se encontró con la sombra que todo el rato había estado ante sí. Se convertía en la esencia de un niño y éste se introdujo dentro del cuerpo de un recién nacido acabado de nacer. Inmediatamente, el bebé hizo una sonrisa y se iluminó. Una nueva vida había aparecido en la Tierra.
Antes de dar el siguiente paso, la oruga quiso preguntar a la luz que le hacía ahora de guía:
-           Escucha, ¿qué hubiera pasado si en vez de coger el camino que elegí en la bifurcación hubiera cogido el otro?
-          Que la oruga que ahora eres no estaría preparada para dar el paso de crisálida y necesitaría más tiempo para llegar a ser lo que debes de ser.
-          Y estas sombras, ¿qué son? ¿Han recibido lo mismo que yo?
-          Son almas que han recibido el don de ser niño y poder, como tú, ayudar a dar color al planeta donde estarás.
-          ¿También han sentido la alegría y las ganas de vivir como yo?
-          Sí, también.
Entonces aquella tierna luz, desde donde estábamos me señaló un campo de maíz y me dijo:
-          ¿Aquí te va bien?
-          ¡Perfecto! – le respondió.
A continuación la oruga se encontró junto a un camino de un campo de maíz teniendo la sensación que alguna cosa importante había de sucederle en la vida mientras veía a lo lejos, en la entrada de una masía, un niño pequeño que reía y disfrutaba del agua en aquel día caluroso de verano.
Con el tiempo aquella oruga pudo ver al niño desde el aire, batiendo sus coloridas alas y como el niño reía y se divertía viéndola y queriéndola coger por la belleza que irradiaba. Lo bueno del caso, es que ahora la mariposa, quiso acercarse al niño por la luz que desprendía desde su corazón. La alegría y la inocencia del vivir se columpiaban en aquel lugar.
La perfección de la Creación se estaba manifestando.
           

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